Malena es un nombre antiguo, aunque no nos lo parezca tanto por su arraigo en el Nuevo Mundo (Argentina) y por su relativo reverdecer en esta orilla del Atlántico gracias a un tango que se hizo popular en 1942 y, cincuenta años después, a la novela (con su correspondiente versión cinematográfica) de Almudena Grandes, Malena es un nombre de tango. Es la versión abreviada de Magdalena o, más propiamente, de María la Magdalena, aquella seguidora (¿amante?) de Jesucristo procedente de Magdala, localidad ribereña del lago Tiberiades. Antes del famoso tango hubo alguna Malena de renombre, como la “bailaora” jerezana Magdalena Seda “La Malena” (1872-1956), y otras evidencias que dan fe de su uso en Andalucía. Lo que quizás muchos no sepan es que también hay ejemplos insoslayables de su utilización común en Aragón, como el topónimo La Malena, en el término de Azuara, partida en la que existe un importantísimo yacimiento arqueológico: una villa romana con unos impresionantes mosaicos de bellísima factura, especialmente el dedicado a las Bodas de Cadmo y Harmonía, hallados (quince siglos después) en excelente estado de conservación.

Malena ha sido un nombre conocido y usado en Aragón. Y no meramente como versión abreviada de Magdalena sino como patronímico utilizado desde mucho tiempo atrás. Lo ha sido como la propia lengua aragonesa: con la calidad de una versión menor frente a la elevada expresión de las gentes cultas que desde el final de la Edad Media decidieron comenzar a expresarse en castellano aunque, sin poder desembarazarse del todo de su lengua original, en un castellano trufado de términos, expresiones y fórmulas sintácticas aragonesas que resultaron en el dialecto que conocemos como castellano de Aragón. Tales reminiscencias las podemos encontrar, por ejemplo, en un acta de matrimonio levantada en la Hoz de la Vieja en 1875 dando fe de una boda celebrada en su iglesia de Nuestra Señora de las Nieves; en ella se lee que la novia era “natural de la parroquia de la Malena de Zaragoza”. Un claro testimonio de la pervivencia de la forma más popular y enraizada en el habla aragonesa empleada ni más ni menos que por el párroco hozviejano.

La largamente esperada restauración de tan hermosa iglesia (a pesar de la execrable acción sobre sus antiquísimos muros de ciertos grafiteros aún no desasnados o con vocación de vándalos culturales de depurado estilo talibán o daesh) debiera traer consigo la restauración de su nombre popular en aragonés. La Magdalena/La Malena incorporaría a su restauración como patrimonio material una parte de su patrimonio inmaterial con la recuperación de su nombre tradicional. Sería del todo deseable que el Ayuntamiento de Zaragoza se ocupase de ese aspecto de la toponimia urbana que es de su competencia para promover la restitución de este referente cultural en el imaginario de los habitantes de la ciudad y de quienes la visitan. Una iniciativa que debiera ir más allá haciendo accesible el repertorio de nombres antiguos del callejero zaragozano (ver aquí): información, historia y cultura con las que se podrían enriquecer escuetamente los rótulos de las calles y plazas de nuestra “Viella Zaragoza”.