Aragón fue su destino, su alfa y su omega. A él dedicó la vida entera y desde el Rolde de Estudios Aragonesa o el Consello d’a Fabla Aragonesa, hasta la CHA o la Fundación Gaspar Torrente, cualquier ámbito del aragonesismo le fue siempre propio. Todo lo sacrificó por tratar de hacer un Aragón mejor: su entonces incipiente carrera académica (pese a que todavía le dio tiempo a doctorarse y a ganar una plaza de profesor titular en la universidad), o su familia  (tan amada, en alguien profundamente familiar como él), a la que le robó muchas horas. Todos lo quisieron entre los suyos (lo que no es logro pequeño en política, donde tan habitual es el “¡cuerpo a tierra, que vienen los míos!” y a todos quiso, y en las elecciones internas de CHA siempre fue con diferencia el más votado, porque todos reconocían en él su liderazgo incuestionable.

Con unos pocos amigos se sacó de la chistera ese pequeño partido, por el que nadie hubiera apostado nada, y lo convirtió en uno de los partidos más influyentes de la historia reciente de Aragón. Sirvió lealmente a CHA (en la que, como no hace falta explicar, había muy poco que ganar pero muchos frentes que atender), y cuando consideró que había llegado el momento de retirarse y ceder el protagonismo a otros, lo hizo en silencio, discretamente, con la cabeza alta y la hoja de servicios intachable, y se volvió de nuevo a su querida Facultad de Letras, donde continuó siendo -en ese ámbito también- un hombre y profesor ejemplar.

El actual equipo rectoral, reconociendo su brillante y dilatada trayectoria, lo nombró el pasado año director de los Cursos Extraordinarios de la Universidad de Zaragoza, con sede principal en Jaca, y estando ya muy enfermo se negó a abandonarlos y siguió trabajando hasta el último aliento. Así era Chesús Bernal: trabajador infatigable, leal a sus compromisos y con un profundo sentido de la responsabilidad.

En lo personal, fue uno de mis amigos del alma desde los dieciocho años , y sufrí no poco cada vez que le decía que no a entrar con él en política, pues yo sabía muy bien que no era ésta mi ámbito natural. Pero él, en lugar de hacerme sentir que lo dejaba solo en unos momentos muy importantes de su vida, supo  respetarme y entendió como nadie que yo podría servir más y mejora a Aragón desde mi biblioteca y mis libros. Lo quise como a un hermano y como a un hermano (así me llamaba Chesús y así me lo recordaba ayer su madre) me quiso él. Fue bueno, noble y generoso, un cocinero de primera (el mejor regalo que podía hacerme era invitarme a cenar esos maravillosos caracoles que preparaba), un parlamentario excepcional (fueron épicos algunos de sus duelos dialécticos con Ángel Cristóbal Montes) y un zaragocista irreductible, que no quiso perderse el último partido del Zaragoza en La Romareda, a la que iba siempre con sus hijos, pese a que la enfermedad lo estaba minando ya muy gravemente.

En la historia de Aragón, en la historia de los hombres que más leal y desinteresadamente lo sirvieron, Chesús Bernal tendrá siempre un lugar de privilegio, al lado de Jerónimo Borao, de Braulio Foz, de Joaquín Costa, de José Antonio Labordeta. Y aunque los muchos que lo quisimos nos quedamos aquí hoy esturdecidos y desolados, nos consuela recordarlo como el hombre admirable que fue, como el aragonés cabal y fiel a sus convicciones que entregó su vida a tratar de conducir a su pueblo a la tierra prometida, que no es otra que aquella donde Aragón pueda brillar con luz propia y ganarse el respeto de todos. Llegar a parecernos un poco a él debería ser desde ahora el objetivo irrenunciable de nuestras vidas. Todo por Aragón y para Aragón. Todo por Chesús Bernal y Bernal.

Publicado en Heraldo de Aragón.