Somos pequeños seres políticos. Nosotros más, por estar en esta ventana dedicada a lo social, por interesarnos la política, por vivirla y trabajarla, por sufrirla también. Y si es cierto que en los últimos años hemos vivido la desafección y la ingratitud hacia una dedicación social insustituible, en las últimas semanas estamos sufriendo un ocaso incluso de las más básicas normas de supervivencia.

La mentira casi institucionalizada se está apoderando de nuestra convivencia política. Somos precisamente los políticos en general los que no estamos haciendo lo correcto para recobrar la dignidad del respeto. Y en cambio es precisamente ahora cuando más necesaria es nuestra labor política de explicación y reflexión.

Todos parecen mentir, aplaudidos desde todos los medios de presión, tratando a la sociedad como una sopa manipulable. Nos venden mentiras, manipulan desde el poder táctico y escondido todo lo que se acerca a la verdad social, algunos creen escribir el futuro sin haberse leído el pasado, venden ideas como si vendieran motos usadas y caducas, sin haber aprendido a vender verdades contrastadas. ¿Hacia dónde vamos?

Todos nosotros —y en eso desde el dolor creo que debemos cada unx de nosotrxs admitir nuestra responsabilidad— tenemos que hacer más. Más y mucho más. Podemos perder lo poco construido, empujados por los torpederos (de torpes, al menos de entrada) que no temen deconstruir lo andado, unos por saber que no es perfecto, otros por admitir que es demasiado.

Hoy toda la izquierda tan diversa ha perdido mucho camino por varios motivos muy diversos además. No será fácil reconstruir las defensas sociales pues no tenemos ni discurso definido y nuevo…, ni ganas de trabajar duro por buscarlo. Somos pequeños seres políticos, pero seguimos siéndolo y por ello sigue siendo nuestra obligación la de reconstruir desde las ruinas, aquello que se nos ha roto.

Hay que replantearse tiempos, tempos incluso, objetivos, discursos, compañías, enemistades, miradas, apercibimientos y ganas de trabajar muy duro. Hay que inventar. Hay que explorar y volverse a equivocar. Hay que admitir que la derecha ha puesto una zancadilla casi perfecta y como pequeños seres políticos progresistas hemos tropezado todos en ella. Nuestra diversidad es un hándicap, pero es el corazón identitario y válido de la izquierda. A partir de esto…, a trabajar más duro todavía.

Julio Puente