Es tiempo de volver a releer la historia, la de verdad, no la sesgada; la del siglo XX, la que narra los grandes errores que ha cometido el hombre. No hay que ir a las fábulas del medievo para justificar cosas que son injustificables, pero un vistazo a la primera mitad del siglo XX daría para mucho en estos días. Sería más que recomendable que se leyese un poquito, antes de abanderar determinadas posturas.
Vemos como crece la tensión, se polariza el debate, se alecciona (que no enseña) en las escuelas; se carga contra quien disiente, todo se repite. Sorprende que a día de hoy la gente se deje llevar por lo que le dicen, sin preocuparse de saber la verdad. Duelen muchas cosas, pero duele especialmente que la semilla del odio germine entre nosotros. Se cantan himnos que hielan el alma, se anarbolan banderas que no deberían volver a ondear.
La España de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María, emerge para mostrar la peor de las caras. Y en frente la sinrazón, el despotismo, el garrulismo más salvaje, disfrazado de posmodernidad. Más que razonar, la masa abraza causas; y eso sucede en Cataluña y en el resto del Estado; hay quienes no toleran la equidistancia, quienes exigen tomar partido por uno u otro, y no permiten que haya gente que se muestre proclive a tender puentes. Nos dejamos llevar antes por los grupos de wasap, que por los manuales de historia; la gente se rinde a los medios “oficiales”, que más que contar la verdad, la modelan a su antojo. Internet propaga con extraordinaria rapidez bulos e infundios, y en seguida sale la peor de las caras.
Es hora de la sensatez, de la razón; es hora de confrontar ideas, no de imponerlas, es hora del diálogo, y no de las porras; dejad de envolver vuestras miserias en banderas, dejad de tensar la cuerda, de sembrar el odio. Y pensemos que nada es definitivo, que el mañana no está escrito, que las fronteras nunca han sido definitivas, las naciones cambian, el mapa político del mundo nunca ha sido, ni será estático. Pero tengamos presente que la historia está manchada de sangre, de la sangre del pueblo que, cegado por el odio, se dejó llevar al desastre por las locuras de sus gobernantes. Y eso a mí, me aterra. Al desastre nos llevan quienes mandan, es hora de que se vayan.