Quiero hablar del sentir aragonés desde mi propia perspectiva a pie de calle, de la que surge de conversaciones informales con parientes, vecinos, etc. Sin pretensiones de rigor estadístico, sin “sentar cátedra”. Tan solo impresiones, mis impresiones, lo que percibo en la gente, sin mayor análisis. ¿Estará usted, lectora o lector, de acuerdo con mucho, poco o nada de lo que pongo a continuación? Creo que las aragonesas, los aragoneses, nos sentimos orgullosos de nuestra personalidad colectiva y que somos conscientes de nuestra identidad como pueblo sin tan apenas mostrar, por contra y por contraste, animosidades o complejos con respecto a otros.
Creo que la gran mayoría de la gente no siente su ser aragonés como incompatible con su ser español. Aquí se quiere a España, y como nos consideramos cofundadores de lo que hoy es España, no se reniega de ello cuando las cosas van mal. Algo así pasa con nuestra identidad europea. Creo que, a pesar de la relativa lejanía de sus instituciones, los aragoneses nos sentimos orgullosa y genuinamente europeos.
Eso no obsta para que -no sistemáticamente pero con mucha frecuencia- nos reafirmemos como aragoneses y aragonesas cuando valoramos las cuestiones públicas, la vida política y las decisiones que más nos afectan colectivamente. Mi impresión es que solemos hacemos valer nuestro sentido de la propia identidad (como todas, compuesta a su vez de múltiples identidades superpuestas) y nuestras peculiaridades de forma legítima cuando debatimos y reclamamos que se atiendan nuestras necesidades y problemas como es debido. Nos mostramos susceptibles y suspicaces en cualquier circunstancia en la que se nos relega (y más si se hace por sistema) frente a otras comunidades más favorecidas o frente al propio Estado, a menudo tan alejado de todo lo que es pequeño, remoto y escaso.
Creo que solemos ser calurosamente hospitalarios y generosos pero por eso mismo reaccionamos muy agriamente frente al abuso, el egoísmo y la insolidaridad. A menudo somos excesivamente puntillosos y exigentes, pero también más puntuales y cumplidores de lo que nos creemos (a veces hay que viajar un poco para darnos cuenta de esto). No nos vendemos bien, tendemos a ser descreídos y hasta apáticos y no nos valoramos como debiéramos; pero, cuando nos dan arrebatos de orgullo y nos venimos arriba a veces nos pasamos de frenada hasta llegar a la bravuconería.
Desde niño he percibido con qué claridad y fuerza brota nuestra indignación cuando se ignora nuestra realidad y hasta nuestra existencia, se reclaman las aguas de nuestros ríos, nuestra energía y recursos básicos para explotarlos con mucho mayor beneficio en otros lugares en vez de hacerlo aquí. Y no digamos cuando se expolia nuestro patrimonio o se falsifica, manipula e ignora nuestra historia, nuestra cultura, nuestras lenguas y nuestra dignidad.
Creo que a pesar de eso y para hacer frente a todo eso, nos reivindicamos tenazmente como aragoneses para mantener la lucha y la voz frente a fuerzas que casi siempre nos superan. Y a pesar de nuestro brillante pasado y nuestras poco conocidas pero nada desdeñables contribuciones a la civilización occidental, lo hacemos sin creernos más que ninguna otra comunidad o nación… pero celosos de que tampoco se nos considere menos que nadie.
Por todo eso creo que la Ley de actualización de los derechos históricos de Aragón, aprobada con apoyo de cinco de los siete partidos presentes en las Cortes de Aragón y que representan a más del 62% de los votantes aragoneses, refleja debidamente el sentir aragonés.