Analizaba los resultados de esta semana en la casa socialista española, y veía que no hay un PSOE, sino varios. Si admito que hay varios socialismos —algunos de ellos integrados dentro del PSOE— y que además de sus diferencias ideológicas, están divididos entre el Norte y el Sur, los rurales y los urbanos, los jóvenes y los mayores, y además se observa un enfrentamiento profundo entre ellos, entiendo que no cabe seguir hablando de la unidad de trabajo en la izquierda, por imposible, aunque muy necesaria en los momentos de cambio histórico en los que nos encontramos.

No hace mucho hablaba con otrxs compañerxs de las diversas e irreconciliables familias dentro de cualquier izquierda. Cerca de los anticapitalistas están los comunistas, los de IU, los progresistas de viejos libros, los ecologistas, los anarquistas, los de las Mareas o los internacionalistas. Cada grupo con sus líderes, algunos con sus programas, otros con sus bocetos irreconciliables.

Cualquier grupo humano necesita para alcanzar sus objetivos, tener una meta clara, colocada en un lugar accesible, y que todos los participantes en la marcha ya conocen y admiten. Lo curioso es que en la izquierda no hay una sola meta sino varias y colocadas en diferentes caminos.

Se me hablaba de una izquierda que incluso admite a viva voz que su objetivo es no lograr nunca el poder gobernar…, ¡Uff! Asumen que no quieren llegar a mínimos acuerdos con el resto de la izquierda pues los ven imposible. Y la pregunta parece muy sencilla ¿Para qué queremos estar en política si renunciamos antes de nada, a querer transformar la sociedad? Ser oposición de forma constante es muy cómodo. Pero nada más. Es una inutilidad absurda. Socialmente no sirve para nada, pues desde la oposición si acaso se puede impedir —en el mejor de los casos— que “otros” hagan algo de una forma determinada, pero nunca lograr que se haga como tú crees que se debe hacer.

¿A quién crees representar en la sociedad, si admites que no les quieres cambiar el futuro con tus proyectos?

En estos momentos estamos en un importante cruce de caminos, que la derecha conservadora mundial ha sabido leer muy bien. Ya no se trata de defender sólo “lo suyo”, también hay que defender lo de los otros, pero de diferente forma. Ya no tratan de hacer sus políticas economicistas, sino de impedir que la izquierda haga las suyas, a costa de sisárselas para hacerlas propias, transformarlas y modificarlas levemente para devolverlas vacías de objetivos que estén en contra de la filosofía política de la derecha.

Ya no hay que crear una dictadura para ser dictador, ahora se puede dictar y manipular…, desde la más hermosa de las democracias vacías. Pero nos debemos preguntar sobre quién cae la culpa de esta pérdida de valores sociales de lucha por defender —como poco— el humanismo social.

Y mientras todxs admitimos que el sistema, la sociedad, el momento, reclama un cambio profundo, la izquierda está asentada en sus divisiones, en sus incapacidades de trabajo, en sus vuelos absurdos buscando todavía el cielo del siglo XIX.

Si mezclamos ignorancia social provocada, con unas dosis de caos controlado, y una decadencia inevitable por el exceso de manipulación en el laboratorio económico, nos sale un gobierno peligroso. Si a eso le añadimos unas dosis de abandono político desde ciertas izquierdas, convencidas de que contra peor es mejor, podemos estar cerca del éxito o en la misma línea del fracaso más absoluto. Como poco es peligroso moverse en esa línea tan fina, sabiendo que algunos de los actores principales saben jugar a esto mucho mejor que la izquierda desunida.

Y ahora doctor… ¿existe receta? Sin duda hablar y hablar, trabajar, construir y propagar, analizar y volver hablar. Y una dosis todas las mañanas de riesgo y osadía, de plantar cara a las ideas del siglo XIX con soluciones del siglo XXI. ¿He dicho que hay que hablar más entre todxs?

Julio Puente